Señor Presidente de la República, señoras y señores representantes de las
autoridades parlamentarias, gubernamentales, institucionales y políticas del
Líbano, señoras y señores Jefes de misión diplomática, Beatitudes, responsables
religiosos, queridos hermanos en el episcopado, señoras y señores, queridos
amigos
«Salàmi ō-tīkum» (Jn 14,27). Con estas palabras de Cristo, deseo saludaros y
agradeceros vuestra acogida y vuestra presencia. Señor Presidente, le agradezco
no solamente sus cordiales palabras sino también por haber permitido este
encuentro. Acabo de plantar con vosotros un cedro del Líbano, símbolo de
vuestro hermoso país. Al ver este arbolito y las atenciones que necesitará para
fortalecerse y llegar a extender majestuosamente sus ramas, pienso en vuestro
país y su destino, en los libaneses y sus esperanzas, en todas las personas de
esta región del mundo que parece conocer los dolores de un alumbramiento sin
fin.